Han hecho unas películas de la novel a vuelta al mundo en ochenta días y
también del año 1987 han hecho unos dibujos animados de
la aventura de la vuelta al mundo en ochenta días.
La apuesta
Phileas Fogg era una persona conocida en la alta sociedad de Londres.
Vivía en una casa situada en uno de los mejores barrios de la ciudad.
Era un hombre metódico y de pocas palabras.
Hablaba tan poco sobre su vida y sus orígenes, que casi nadie sabía de él.
No tenía esposa ni hijos y tampoco se sabía quiénes eran sus padres.
No era aficionado a viajar ,y hacía muchos años que no salía de Londres.
La única cosa cierta sabida es que pertenecía al Reform Club.
Todos los días iba allí a almorzar, leer el periodico, jugar a las cartas y a charlar con sus compañeros, ingenieros y banqueros, gente de su misma clase social.
Phileas Fogg no trabajaba.
Era muy rico porque había heredado una fortuna, pero nadie se atrevía a preguntarle por sus bienes, porque sabían que no le gustaba hablar de sí mismo.
Además esa pregunta era de mal gusto y no encajaba en el selecto ambiente del Reform Club.
Fogg aparentaba unos cuarenta años.
Era elegante, ordenado, puntual y tranquilo y se lo tomaba todo con mucha calma.
No soportaba cambiar de costumbre, y por eso en su vida diaria seguía un orden y un horario estrictos.
En la mañana del 2 de octubre de 1872.
Fogg tenía que entrevistar a un nuevo mayordomo que se encargaría de su servicio personal.
Acababa de despedir al anterior, porque le había llevado el agua para afeitarse dos grados más fría que la temperatura que él quería.
Me llamo Picaporte, señor
dijo el candidato a mayordomo cuando se presentó.
Era un joven francés de aspecto amable y ojos azules, de hombros anchos y buena musculatura.
Parecía muy atento y servicial.
Picaporte es el apodo que pusieron, por mi capacidad para vencer cualquier obstáculo
Vienes recomendado, y creo que me convienes - dijo Fogg-.
Por eso quiero darte una oportunidad.
A partir de este mismo momento, las once y veintinueve minutos del día 2 de octubre de 1872 estas a mi servicio.
Picaporte parecía inquieto y curioso.
Miró su reloj, y pensó que su señor se equivocaba en dos minutos.
Pero le gustó que fuese tan riguroso como él en la cuestión del tiempo.
¡Era lo que había estado buscando desesperadamente!
¡Una casa estable, un trabajo, un orden extremo!
Tenía ganas de quedar se una temporada en un lugar fijo.
Deseaba disfrutar de una vida rutinaria.
El joven francés había hecho toda clase de trabajos incluso de acróbata en un circo.
Y se alegró mucho de poder quedarse en aquella casa, tan limpia y ordenada, al servicio de aquel gentleman.
¡ Justo lo que necesitaba!
¡ Un hombre hogareño y puntual como una máquina!
Una casa tranquila y silenciosa!
¡ Una ocupaciones planificadas y repetitivas!
¡Exactamente lo que me conviene!
¡seguro que ya ha huido del país, y a ver quién lo pilla ahora!
se maravillaba un ingeniero amigo de Fogg-.
Pero le costará escapar de nuestra policía
El imperio británico tiene colonias en todo el mundo…
¡Si, pero la Tierra es muy grande!
decía uno de los administradores del banco robado.
Lo era ante -le contradijo Phileas Fogg.
El señor Fogg tiene razón -intervino un banquero-.
¿No han leído el periodico hoy?
Habla de un estudio que demuestra que actualmente se puede dar la vuelta al mundo en solo 80 días!
De Londres a Suez (Egipto), en tren y banco 7 días.
De Suez a Bombay (India),en barco: 13 días.
De Bombay a Calcuta (India), en tren: 3 días.
De Calcuta a Hong Kong (China), en barco: 13 días.
De Hong Kong a Yokohama (Japón) en barco 6 días.
De Yokohama a San Francisco (Estados Unidos): en barco 22 días.
De San Francisco a Nueva York (Estados Unidos), en tren 7 días.
De Nueva York a Londres ( Gran Bretaña), en barco y tren 8 días. Total 80 días.
Si, 80 días, pero sin contar el mal tiempo, los posibles naufragios… -añadió un ingeniero,
¡No, no, 80 días todo incluido! -dijo Phileas Fogg.
En teoría, tal voz sí, señor Fogg, pero en la práctica...
¡Apostaría 4.000 libras a que este viaje es imposible en las condiciones actuales!
Insistió el ingeniero..
Acepto el reto de demostrarlo.
dijo Phileas Fogg.-.
Tengo 20.000 libras en el banco y las arriesgaría gustoso si nuestro amigo mantiene su apuesta.
pues bien, estoy dispuesto a empezar el viaje hoy mismo y apuesto mis 20.000 libras a que de aquí a 80 días habré vuelto al club.
Los socios presentes la propuesta.
Entre todos decidieron arriesgarse y apostar 20.000 libras contra las 20.000 de Fogg.
Firmaron los documentos correspondientes y Fogg dejó un cheque por el valor pactado.
Eran las siete de la tarde.
Tenía que ir a casa, preparar la maleta y coger el primer tren a las ocho y cuarenta y cinco minutos.
Así pues señores, nos volveremos a ver en esta misma sala el sábado 21 de diciembre a las ocho cuarenta y cinco de la tarde.
Buenas tardes, señores.
Y se despidió de los socios sin mostrar la menor prisa.
Picaporte había leído la hoja de instrucciones que le había dejado el señor Fogg en su habitación.
En ella se especifican todas las tareas que debía hacer y los horarios que debería cumplir.
Por eso se extrañó cuando lo oyó llegar a casa antes de lo previsto.
Picaporte, prepara las maletas.
Salimos dentro de diez minutos hacia Dover, donde cogeremos un barco hasta Galais.
De. Galais sale de un tren que recorre Francia y nos dejará en Brindisi, en Italia.
¿Sale de viaje, señor ?
¡Salimos de viaje, Picaporte!
Daremos la vuelta al mundo en 80 días.
El francés no se lo podía creer.
Había solo algunas horas que estaba en aquella casa y soñaba con la ansiada paz y tranquilidad cuando, de repente, ¡su amo proponía salir a toda prisa para dar la vuelta al globo terráqueo!
¡Si le pinchan no le sale sangre!
¡Despabilate, muchacho, que he apostado una gran suma de dinero!
El pobre criado se apresuró a preparar las maletas y a recoger todo lo que su amo ordenaba.
No se olvidó el pasaporte que P.hileas Fogg visar en los diferentes países por los que pasarían.
Esta sería la única prueba que demostraría que había realizado el itinerario previsto.
También preparó un maletín. con 20.000 libras para pagar los billetes y los alojamientos durante las etapas del viaje.
Y a las ocho y cuarenta y cinco minutos estaba sentado en el tren rumbo a Dover.
¡Señor ! -exclamó Picaporte echándose una mano a la frente-.
¡ Me he olvidado de apagar la luz de mi habitación!
No te preocupes.
Te lo descontaré del sueldo cuando volvamos.
La repentina partida de Phileas Fogg provocó reacciones muy diversas entre la gente: uno a favor y
otros en contra…
La gente y los periodistas apostaban por el intrépido viajero y posibilidades de éxito
Otros desconfiaron de la súbita apuesta.
Incluso se llegó a decir que Philear Fogg, un hombre misterioso del que nadie sabía casi nada podía ser
el autor del robo
al banco de inglaterra, y que la apuesta de dar la vuelta al mundo en 80 días era el mejor pretexto para
salir de Londres y desaparecer con el dinero robado.
Esta idea se extendió tanto, que la policía decidió enviar a uno de sus hombres,
el inspector Fix, para que siguiese al presunto fugitivo, mientras en Londres tramitaba un documento
que permitiese detenerlo.
Pero de momento mientras no tuviese ese papel, el inspector Fix tendría que seguir a Phileas Fogg y
a su criado muy de cerca.
En Oriente
Cuando el barco Mongolia llegó al puerto de Suez, el miércoles 9 de octubre, el inspector Fix ya esperaba a los pasajeros en las oficinas del muelle.
De hecho solo Picaporte bajó del barco para sellar el pasaporte de su amo.
Pero las autoridades exigieron la presencia del titular del documento, el señor Phileas Fogg, que se vio obligado a desembarcar.
Mientras un policía lo interrogaba, en la oficina de al lado, el inspector Fix escuchaba la conversación.
El pasaporte estaba en regla, y el cónsul británnico de Suez no tuvo más remedio que sellarlo y permitir
que continuasen el viaje.
La orden de detención y captura aún no había llegado de Londres y, por tanto, ni Fix ni las autoridades
pudieron hacer nada por retenerlos.
El señor Fogg volvió a su camarote Picaporte salió a pasear por el muelle antes de zarparse el Mongolia,
y coincidió con el inspector Fix.
Se pusieron a hablar como dos turistas que se encuentran en el extranjero.
Evidentemente, el inspector no le dijo quién era ni qué hacía allí.
-¿Así que no hacen un viaje turismo?
Pues no, señor -explicó Picaporte-.
¡Mi amo se ha propuesto dar la vuelta al mundo en solo 80 días!
¡Que me dice! ¿Su amo tiene tanto dinero para pagar un viaje como este?
Pues si, ¡Tiene un montón de dinero!
¡Y no le importa gustarlo!
¿Y usted, hace mucho tiempo que lo conoce?
¿Yo? ¡Poquísimo!
¡ Entré a trabajar en su casa el mismo día en que empezamos el viaje!
Parece increíble, ¿verdad?
¡No se nada de su vida anterior!
Aquellos comentarios inocente de Picaporte reafirmaron la sospechas del inspector.
Los dos hombres se despidieron cordialmente.
Desde aquel momento, el inspector Fix estuvo seguro de
que Phileas Fogg era el hombre que buscaba:
el ladrón subir al Mongolia con ellos para no perderlos de vista
hasta Bombay, donde estaba prevista
la siguiente escala del barco.
Allí esperaría la orden de arresto para detenerlo,
puesto que los ingleses
ocupado India en 1756 y el imperio britanico tenía
gobernadores en
las ciudades más importantes de ese país.
¿ A que se dedicó el señor Fogg durante los trece días que
duró la travesía?
No se preocupaba por el estado del mar Rojo, a menudo alborotado,
ni por los fuertes vientos que soplaban y movían el barco de
un lado para otro.
No. El señor Fogg tranquilo y educado como siempre, se dedicaba a jugar a las cartas con otros
pasajeros ingleses tan distinguidos como él.
Una mañana mientras paseaba por cubierta, Picaporte se
encontró con el inspector Fix.
Se sorprendió de ello, pero no se preocupó.
El inspector quería saber si Fogg salía de su camarote, y le preguntó a Picaporte.
-¿Está seguro de que el señor Fogg hace este viaje solo para ganar una apuesta?
¿No es un simple pretexto para ocultar unas intenciones que nosotros ignoramos?
¡Le aseguro que no, señor mío!
Finalmente, el barco llegó a la costa de la India y fue bordeandola hasta Bombay.
Picaporte pudo admirar las construcciones Indias, la vestimenta de la gente y la mezcla de razas.
Pero todo ello desde cubierta, por supuesto, porque su amo y él solo bajaban del Mongolia para ir a
sellar los pasaportes.
Llegaron a Bombay el 20 de octubre, sin novedad.
Es más, habían ganado dos días.
Desde Bombay salía el tren hacia Calcuta que Fogg y su criado tenían previsto coger.
El inspector Fix supo que la policía de Bombay no había recibido la orden de arresto contra Fogg y no
paraba de pensar en la forma detenerlo antes
de que cogiese el tren.
Mientras el señor Fogg cenaba en la estación, Picaporte fue a pasear por la ciudad y a comprar
la ropa que su amo le había encargado.
El ambiente para entrar en una pagola, pero no se quitó los zapatos, y eso molestó a los sacerdotes.
¡ Un turista ! ¡ Y además calzador!- exclamaron.
Se echaron encima de él y le quitaron los zapatos y los calcetines.
Picaporte repartió tres o cuatro puñetazos, y después escapó corriendo.
Llegó a la estación descalzo y sin aliento, cuando el tren estaba a punto de arrancar.
En el compartimento de Phileas Fogg y Picaporte viajaba también sir Francis Cromarty un general
del ejército britanico que vivía en la India desde joven.
Conocía la manera de ser de los indios, sus costumbres y sus tradiciones, tan bien como
si fuera uno de ellos.
Sir Francis había llegado a Bombay en el Mongolia de había conocido a Phileas Fogg.
-¡Usted no viaja, señor!
.¡Usted da una circunferencia!
-Le había comentado sir Francis a Fogg cuando supo el motivo de su aventura.
Al cabo de un par de días, el tren hizo una parada en Berhampur
Picaporte aprovechó para comprar unas babuchas en la estación.
Poco a poco había cambiado de forma de pensar y cada vez le entusiasmaba más la apuesta de su amo
y sufría tanto como él por los posibles retrasos o accidentes.
Una día, sir Francis le explicó el problema horario:
Cuanto más avanzamos hacia el Este, los días son más cortos y ganamos horas.
Debería cambiar la hora de su reloj:
¡ ya llevamos horas de diferencia con respecto a Londres!
Pero Picaporte, aunque lo entendió, decidió no cambiar la hora de su reloj y conservar la de Londres
como referencia.
A las ocho de la mañana del día 22 de octubre, el tren se detuvo en la estación de Kholby.
La línea férrea terminaba en aquel punto, porque el tendido de las vías no estaba acabado.
Al parecer, todo el mundo lo sabía menos Fogg y sus acompañantes.
Tendremos que hacer el trayecto entre Kholby y Allahabad en otro medio de transporte.
Informó sir Francis después de hablar con el maquinista de tren detenido-.
Hay una 50 millas de distancia y, si aún las encontramos, podemos disponer de carretas tiradas
por cebúes o ponis, o de vehículos de cuatro ruedas que aquí llaman palki-gharis… O bien a pie.
¿Y si intentábamos encontrar un elefante?
propuso Picaporte.
Fogg tomó en consideración esta idea después de comprobar otro transporte disponible.
El elefante que encontraron tenía amo naturalmente, y estaba domesticado.
Su alquiler era caro, pues había pocos elefantes.
A estos animales les cuesta reproducirse en cautividad y quien tiene unoses porque lo ha cazado en
la selva, lo que, como se puede imaginar, resulta muy difícil.
El propietario del elefante no quería alquilarlo así como así, quería hacer negocio con él.
De tal manera que no aceptó el precio que le propuso Fogg quien tuvo que aumentarlo poco a poco
ante las negativas del Indio.
Finalmente llegaron a un acuerdo: el gentleman pagaría 2.000 libras por el animal.
Picaporte se echó las manos a la cabeza:
¡nunca hubiera imaginado que un elefante fuese tan caro!
Phileas Fogg también contrató a un guía: un joven que conocía bien la ruta.
Cuando lo tuvieron todo listo, se pusieron en marcha.
Fogg y sir Francis Cromarty se sentaron en los asientos dispuestos a ambos lados del elefante, y
Picaporte montó directamente en el lomo.
Sobre el cuello del elefante se sentaba el guía, que los condujo por un atajo.
Cruzaron Bundelkund, una zona peligrosa porque estaba llena de fantásticos que practicaban las
costumbres
más salvajes de la religión hindú. Así que no podían descuidarse.
Durante la primera jornada no sufrieron ningún incidente, excepto los saltos, los botes, los golpes y
los contragolpe causados por el movimiento del animal.
La noche también resultó tranquila, y los cuatro se tumbaron en una hoguera que el guía había encendido.
Al día siguiente, sin embargo, mientras atravesaban un espeso bosque, el elefante se mostró nervioso:
unos ruidos y unos gritos lo alarmaron.
Se ocultaron entre la vegetación y vieron una extraña procesión.
Al frente de ella iba un grupo de sacerdotes rodeados de hombres, mujeres y niños que recitaban una
especie de plegaria y tocaban unos tambores.
Detrás de ello iba un carro con una estatua espantosa, de color rojo oscuro.
Representaba a una mujer con cuatro brazos, de aspecto feroz, con el cabello alborotado y la lengua
fuera: la diosa Kali.
Alrededor del carro caminaban unos faquires.
Tras ellos, unos soldados llevaban a una prisionera, una joven de piel blanca y cubierta de joyas.
A duras penas se mantenía en pie, como si le hubiesen dado alguna droga.
Detrás iban más guardia armados que llevaban un bulto sobre una plataforma.
Era el cadáver de un hombre viejo, vestido con ropas adornadas con brillante y con un turbante en la
cabeza.
¡Un sutty ! -exclamó sir Francis.
¿Qué es eso? -pregunto Fogg, con curiosidad.
Un sutty es un sacrificio humano, señor Fogg.
A esa mujer la quemarán mañana a primera hora.
El cadáver es el de su marido.
Según las costumbres de esta gente, cuando el marido muere, la viuda solo puede hacer dos cosas: o
bien morir voluntariamente con el hombre, o bien convertirse en una pordiosera y ser tratada como
un perro.
Pero en este caso -intervino el joven guía- el sacrificio no es voluntario
Todos conocemos la historia de la bella Acuda.
Pertenece a una familia acomodada de Bombay y se ha educado a la manera occidental.
Pero quedó huérfana y obligaron a casarse con el viejo rajá de Bundelkund.
Tres meses después, su marido murió, y ella huyó porque sabía la suerte que le esperaba.
Pero la atraparon enseguida, y ahora, quiera o no quiera, morirá.
¡Qué injusticia! - dijo Picaporte impresionado.
La salvaremos -decidió Phileas Fogg.
Veo que tiene buen corazón, señor Fogg. -dijo sir Francis con admiración.
A veces. Solo cuando dispongo de tiempo -respondió: Fogg con la calma acostumbrada.
La liberación de la bella Acuda
La Idea era arriesgada, pero todos se pusieron de acuerdo, había que hacer algo para salvar a la bella Acuda.
Por la noche, el joven guía los condujo a través del bosque hasta la pagoda donde tenían encerrada a la mujer.
Avanzaron sin hacer ruido y se ocultaron a pocos metros de distancia.
Un montón de gente dormía borrachera en el suelo.
Pero los guardias que la custodiaban estaban completamente seremos.
La luna se reflejaba en las hojas de sus sables.
Consiguieron llegar a la parte trasera del templo.
Allí no había vigilancia y con la ayuda de navajas, intentaron abrir agujero en la pared.
Pero de pronto oyeron gritos en el interior del templo y tuvieron que dejar el trabajo a toda prisa.
Se ocultaron otra vez en el bosque y, sin saber que había pensado, vieron más guardias armados que iban a la parte trasera del templo.
¡Ahora ya no podían hacer nada sin que los descubrieran!
Desanimados y tristes, se quedaron en el bosque hasta el amanecer.
Con las primeras luces del día, los hindúes se despertaron para iniciar la ceremonia del sutty.
Hicieron una pila de leña para quemar el cuerpo muerto del rajá y el cuerpo vivo de la bella viuda.
Los valientes extranjeros se acercaron al lugar del sacrificio intentando pasar inadvertidos.
La multitud rompió a cantar y a gritar cuando sacaron el cadáver y lo colocaron sobre la pila y el fuego prendió inmediatamente.
La bella Aduda, inconsciente, vacía al lado del viejo rajá.
Justo en aquel momento se alzó un generalizado grito de terror.
Tanto los fantásticos hindúes como los sacerdotes se echaron al suelo ¡el viejo rajá se había puesto
en pie! ¡Parecía que hubiese resucitado!
Cogió a la joven, que aún seguía inconsciente, y salió de la pira.
¡La gente nunca había visto un prodigio como aquel!
El resucitado avanzó, firme y solemne, hasta el lugar donde, boquiabiertos como los demás, esperaban
sir Cromarty y el señor Fogg.
¡Huyamos! -les gritó el raja .
De hecho, quien se había hecho pasar por difunto marido era Picaporte, que había sido gimnasta y
había trepado a la pila cuando aún era de noche.
Así tumbado sobre el cuerpo del muerto, sólo había necesitado ponerse su turbante y rescatar a
la bella joven de las llamas, como si fuese una aparición.
Todo salió como había previsto: la gente se quedó tan impresionada que no supo reaccionar al momento.
Cuando los sacerdotes descubrieron el engaño, los audaces aventureros ya estaban sobre el elefante y
se alejaban a gran velocidad esquivando las balas y las flechas que las lanzaban.
La bella Aduda había sido rescatada por Phileas Fogg y sus acompañantes, pero si la dejaban en la India,
correría un gran peligro, cuando llegaron a la estación ella justamente empezaba a recuperar la conciencia,
y todos tenían claro que Acuda viajaría con ellos.
El problema era que podían hacer con el elefante, Phileas Fogg se dirigió al joven guía que los había
ayudado a rescalarla y le dijo:
Has sido muy servicial, si quieres el elefante, es tuyo.
¡Claro que lo quiero, señor ! ¡Es un buen animal, y para mí es una gran fortuna! ¡Gracias señor!
Durante el trayecto en tren.
Acuda se acabó de despertar y asustó un poco estaba rodeada de gente extraña a la que no conocía y
llevaba puesta una ropa europea no era suya.
No comprendía cómo se había librado de la muerte que la amenazaba antes de perder la conciencia.
Sir Francis Cromaty le explicó con todo detalle la aventura que acababan de vivir y cómo Phileas Fogg había decidido rescatarla.
La joven le dio las gracias muchas veces y estuvo de acuerda en acompañarlos hasta
Hong Kong donde vivían unos parientes suyos tal como le proponía el señor Fogg.
Algunas horas más tarde el tren se detuvo en Benarés; que en la ciudad de destino de sir Francis Cromarty.
Este se despidió de sus amigos y les deseó el mayor éxito del mundo en su misión Picaporte se pesó
el resto del viaje, mirando por la ventanilla del tren, que recorría el valle del río Ganges.
Por la noche, los rugidos de los tigres de Bengala, de los osos y los lobos que huían al paso del tren
lo hicieron estremecer.
A las siete de la mañana llegaron a Calcuta.
Tenían tiempo libre hasta el mediodía, cuando salía el barco con destino a Hong Kong.
Pero, cuando bajaban del vagón, un policía los detuvo.
-¿Señor Phileas Fogg? -dijo el policía.
-Soy yo.
-¿Ese hombre que lo acompaña en su criado?
Porque si es así, les ruego que me sigan.
Si no le importa, señor policía, desearía que esta dama también viniese con nosotros -dijo Fogg con tranquilidad
Por descontado, señor Fogg.
Subieron todos a un palki-ghari y se dirigieron hacia un edificio donde los retuvieron hasta que llegó
un juez.
¡Oh, señor Fogg! ¡Lo han detenido por culpa mía!.-se lamentó la bella Acuda.
¡Ni hablar nadie con dos dedos de frente podría detenerme por evitar un sacrificio tan terrible.
No le dè más vueltas, señora -respondió Fogg.
Finalmente los atendió un juez que hizo pasar también a un grupo de sacerdotes, y a continuación les leyó
la acusación: les acusaban de haber profanado una pagoda.
Hemos profanado la pagoda para salvar a la señora Acuda de una muerte segura -admitió Fogg
de inmediato.
Los sacerdotes pusieron cara de no entender nada y se miraban unos a otros.
-¿La señora Acuda? ¿Quién es la señora Acuda?
¡Nosotros tenemos la prueba de la profanación!
¡Esto es lo que cuenta! -exclamaron los sacerdotes mientras mostraban los zapatos que Picaporte había
perdido en la pagoda de Bombay.
¡Mis zapatos! -exclamó el mayordomo.
Todo lo que les ocurría lo había planeado el inspector Fix, que no paraba de idear estrategias para
detener a los aventureros
Había convenido a los sacerdotes de Bombay para que renunciasen a Picaporte y a su amo por
la profanación de la pagoda.
De esta manera querían hacerles perder tiempo, ya que estarían obligados a asistir a un juicio.
Así, mientras tanto, tal vez llegaría la orden de detención que esperaba de Londres.
Phileas Fogg confesó la culpa de su criado y escuchó la condena: ocho días de prisión y
150 libras de multa.
Ofrezco una fianza -dijo Fogg con decisión.
Tiene usted derecho a ello -respondió el juez.
La fianza quedó fijada en 1.000 libras que se le devolvieron a su salido de la prisión.
Si es que decidía entrar en ella, claro.
Cuando Phileas Fogg hubo pagado el dinero el inspector Fix sintió un escalofrío en la columna.
No me lo puedo creer, pensó.
¿Como se puede dar ese dinero tan alegremente sabiendo que lo perderá, en lugar de ir unos días a
prisión?
Phileas Fogg estaba completamente decidido.
El barco que los debía llevar a Hong Kong salía el mediodía y aún podían embarcar.
Pero antes de marcharse, Picaporte reclamó sus zapatos, que le habían costado carísimos.
Fix los siguió es un carruaje y vio cómo subían a un barco llamado Rango.
Se lamentó de su mala suerte y no le quedó otra opción que subir tambíen él para no perderlos de
vista.
La señora Acuda y Phileas Fogg se conocieron mejor durante los días de la travesía.
Picaporte le explicó que su amo daba la vuelta al mundo en 80 días para ganar una apuesta.
Durante los primeros días de viaje tuvieron muy buen tiempo.
Fix apenas salía de su camarote y se preguntaba quién sería aquella mujer que acompañaba a los
aventureros.
La había visto por primera vez en la sala de audiencias del juzgado de Calcuta.
Eso quería decir que se había unido a la pareja de aventureros durante el trayecto.
Después de pensarlo mucho, decidió interrogar a Picaporte.
Un día hizo como que se lo encontraba por casualidad mientras paseaba por la cubierta del barco.
¿ Usted aquí? ¡Pues si que pequeño el mundo!
¡Señor Fix! ¡Lo dijo Bombay y lo vuelvo a encontrar camino de Hong Kong!
¡ Esto sí que es casualidad!
¿Es que también se ha propuesto dar la vuelta al mundo? -exclamó Picaporte.
¡Qué dice usted! Me dirijo a Hong Kong y allí acaba mi viaje. ¿Cómo está su amo ?
Perfecto de salud y de ánimos, señor Fix.
Ahora incluso disfruta de la compañía de una dama.
¡No me diga! -respondió Fix, aparentando que se sorprendía.
Picaporte le explicó la historia del rescate y a continuación brindaron por el encuentro.
A partir de aquel día, los dos hombres se veían a menudo, mientras Fogg hacía compañía a Acuda.
A Picaporte le parecía muy extraño coincidir tantas veces con Fix, aunque no podía sospechar que
era un agente de la policía que los perseguía.
Después de pensarlo mucho, se le ocurrió una explicación convincente.
¡Fix debía de ser un espía de los socios del Reform Club!
¡Seguro que los seguía para comprobar que daban la vuelta al mundo sin hacer trampas!
¡Esta debía de ser la misión de Fix! ¡Un espía!
Se dio un bastón de risa y decidió no decir a Fogg nada de lo que acababa de descubrir.
Aprovechando una parada técnica del barco en la isla de Singapur, Phileas Fogg y Acuda alquilaron
un coche de caballos para dar una vuelta por los campos de palmera y helechos.
El viaje continuó sin novedades significativas.
Picaporte se divertía hablando con Fix sin confesarle nunca que había descubierto quién era.
¡Y así, ¿ el señor Fogg tiene prisa por llegar a Hong Kong? -preguntó el inspector.
¡Mucha prisa! - contestó Picaporte -.
¿Y usted? ¿De verdad que no se animará a seguirnos una vez que estemos allí?
No sé por qué habría de hacerlo -respondió Fix.
¡Como no hay manera de perderlo de vista…! -dijo, divertido, el mayordomo de Fogg.
Fix empezó a sospechar que el criado había descubierto su verdadera identidad?
Ahora bien, ¿se lo habría dicho a su amo?
¿Sería cómplice de Fogg aquel criado tarambana?
Antes de llegar a Hong Kong se desencadenó una terrible tempestad que hizo peligrar los planes de
los viajeros, si el barco se retrasaba aunque fuese un poco, perderían el otro barco que debía llevarlo
a Japón.
Tanto Fogg como Picaporte estaban preocupados y durante la tempestad no paraban de preguntar a
los oficiales del Rangoon si llegaría a tiempo.
Pero finalmente todo salió bien.
Tuvieron suerte, porque el Carnaric, el barco que los debía llevar a Yokohama, en Japón,estaba
averiado y había retrasado su salida un dia.
Cuando llegaron al puerto de Hong Kong, en China les quedaban dieciséis horas.
Fogg y Acuda se trasladaron al Hotel del Club.
Desde allí, Fogg fue a la bolsa para averiguar dónde estaban los parientes de Acuda.
Así descubrió que se había marchado de Hong Kong para instalarse en Holanda,
¿Y ahora qué haré?
¡Aquí no conozco a nadie! -se lamentó la mujer.
Creo que lo mejor sería que viniese a Europa con nosotros
- le propuso Phileas Fogg-. .
Para nosotros será un placer, y usted estará más segura es el viejo continente
Una vez decidido así, .Picaporte fue al puesto para reservar tres camarotes en el Carnatic.
Allí se encontró con el inspector Fix, nervioso y decepcionado porque la orden de arresto no había
llegado.
Hong Kong era la última colonia inglesa y, por tanto, el último lugar adonde el gobierno de
Londres podía hacer llegar la orden de captura.
Si no quería que Fogg se escapase, tendría que perseguirlo como fuese por todo el mundo.
¿Finalmente se ha decidido a seguir su viaje hacia Japón?
¿O tal vez irá incluso hasta América, como nosotros? -le preguntó Picaporte muerto de risa,
convencido de que Fiz ya se había quedado sin excusas.
El inspector salió del paso como pudo.
Y también reservó un camarote en el Carnatic.
Picaporte se partía de risa ¡Mientra espia!, se decía,
En el puerto se enteraron de que la avería del barco estaban reparada y que se había adelantado
la hora de partida: en vez de hacerlo al día siguiente a primera hor, el Carnatic zarparia aquella
misma noche.
Muy contento, Picaporte pensó que el señor Fogg se alegraría al saberlo, porque recuperarian
el retraso causado por la tempestad.
En cambio, el inspector Fix todo le salía al revés.
Pero tenía un plan para entretener a Fogg y sus amigos y, decidido a ponerlo en práctica, tomó a
Picaporte por el brazo y le dijo.
Bien, parece que todo sale como ustedes querían.
Aún es temprano.
¿Me permite que lo invite a una taberna para celebrar el éxito de su misión?
Picaporte dudó un momento, pero pensó que, de hecho, había tiempo de sobra para tomar
un trago y avisar después a su amo del viaje.
Pero las intenciones de Fix no eran tan inocentes como parecian…
En efecto, Fix lo llevó a un local próximo al muelle donde, además de tomar bebidas alcohólicas
los clientes podían fumar largas pipas de opio.
Fix y picaporte bebieron un par de botellas de vino mientras charlaban.
Entonces, el francés levantó de su silla para ir a avisar a su amo del adelanto del viaje.
Un momento, querido amigo -lo detuvo el inspector-, permítame que le haga una confidencia.
No tengo tiempo. Tengo que avisar al señor Fogg de que el Carnatic saldrá antes de lo previsto.
Precisamente es de su amo de quien le quiero hablar - contestó Fix.
Y entonces Picaporte volvió a sentarse.
-¿Ha adivinado usted quién soy? -le preguntó el inspector.
-¡Pues claro que sí! Y creo que los del Club han hecho un gasto del todo inútil pagándole
un viaje caro como este!
-¿Qué dice usted? ¿De qué club me habla?
-¡Usted es un socio del Reform Club, y está aquí para espiar los movimientos de mi amor!
-dijo el inocente Picaporte.
-¡Vaya ocurrencia! ¡ No señor, no!
Yo pertenezco a la policía de Londres y estoy aquí para detener al señor Fogg.
-¿Que? ¿Detenerlo? ¿Y por qué? -le preguntó el francés, que no podía creer lo que oía
Estas son mis más credenciales -dijo el inspector mostrándole la placa que llevaba en el bolsillo-.
Tal vez no sepa usted que, unos días antes que Phileas Fogg decidiese dar la vuelta mundo, se comentó
un robo en el Banco de Inglaterra.
Y él es el principal sospechoso.
¡La apuesta no es más que un pretexto, señor mío!
¡Lo que intenta Fogg es huir de la justicia!
-¿Pero qué dice? ¡Eso es una estupidez!
No, amigo mío, ¡Eso es la realidad!
Usted no conoce a su amo, no sabe quién es ni de dónde saca el dinero que le cuesta esta aventura.
¡Usted vive engañado por un delincuente!
El Banco de Inglaterra ofrece una recompensa a quien atrape a landron y yo propongo una cosa: si me
ayuda a retenerlo aquí Hong Kong le daré la mitad de esa recompensa: mil libras ¿Qué le parece?
¿Que qué me parece? ¡Otra estupidez!
Escúcheme bien, señor Fix, aunque mi amo fuese el ladrón de quien me habla, yo jamás lo traicionaría.
¿Y sabe por qué ?
Porque hasta horas me ha demostrado que es un hombre bueno y generoso.
Y que tiene buen corazón,
Entonces, ¿ rechaza mi oferta?
¡Por supuesto! ¡Jamás traicionaré al señor Fogg! -exclamó decidido, el fiel criado.
Trató de incorporarse pero había bebido tanto que no se aguantaba de pie.
Volvió a sentarse, medio adormecido, y entonces Fix le acercó una pipa de opio y se la puso entre
los labios.
Picaporte le dio unas cuantas caladas y cayó bajo los efectos de la droga.
¿ Y Picaporte? ¿Y el barco?
Mientras tanto, Fogg y Acuda paseaban por Hong Kong con la intención de comprar todo lo que podían necesitar durante el largo viaje que los esperaba.
Después volvieron al hotel y se desearon buenas noches.
Phileas Fogg no parecía sorprendido por el hecho de que su criado aún no hubiese llegado, y tampoco demostró demasiada inquietud al día siguiente, cuando se levantó y Picaporte aún seguía sin aparecer.
Se limitó a recoger sus cosas y las de su compañera de viaje y detuvo un carruaje para que los llevase al muelle.
Allí descubrieron que el Carnatic había zarpado la noche anterior y que no salía ninguna otra embarcación hasta ocho días más tarde.
Ni este ni la desaparición de su criado modificaron en absoluto la impasible actitud gentleman inglés.
Mientras Fogg y su acompañante se preguntaban qué podían hacer para salir del mal paso, se les acercó un desconocido.
-Perdone que le moleste -dijo a Fogg-.
¿Es posible que lo haya visto en el Rangoon, señor?
Me parece que llegamos a Hong Kong en el mismo barco.
Quien lo saludaba era el inspector Fix, que en realidad los estaba esperando en el muelle para comprobar cómo perdían el hilo de su viaje.
Los dos hombres se lamentaron de la anticipada partida del Carnatic, pero Phileas Fogg no se dio por vencido.
-¿Así que usted también ha perdido el barco, señor Fix? -dijo Fogg.
-Exactamente.
-Estoy seguro de que en el puesto de Hong Kong tiene que haber más barco
-dijo Phileas Fogg con optimismo.
Y se propuso encontrar uno enseguida.
Cuando la búsqueda parecía imposible, se le acercó un marinero y le preguntó si buscaba un barco
-¿Es para dar un paseo con la señora? - le pregunto al ver a Acuda.
-Pues no necesita un barco para ir a Yokohama.
-¿Se ríe usted de mí, señor?
-¡De ningún modo! Le ofrezco 100 libras, y 200 más si llego a tiempo para coger el barco que va a San Francisco.
-Eso es absolutamente imposible -le explicó el marinero.
Y continúo.
-Ahora bien, podemos ir a Shanghai, que sólo está a 800 millas de Hong Kong…
-Pero la cuestión es que yo no quiero ir a Shanghai, sino a Yokohama, porque a donde realmente quiero llegar es a San Francisco…
-Todo los barcos que salen de Yokohama pasan antes por Shanghai, señor.
Finalmente, el marinero lo convenció: tenían cuatro días para llegar a Shanghai, de donde zarpaba el barco que hacía escala en Nagasaki y en Yokohama antes de partir hacia Estados Unidos.
El marinero era el patrón del Tankadére, y le prometió que en una hora tendría preparada la embarcación.
--¿Quiere usted acompañarnos, señor Fix?
Fix, medio humillado y muy desconcertado por la amabilidad del que suponía un vulgar ladrón, aceptó el ofrecimiento.
También propuso que pagasen el barco a medias, pero Fogg se negó a ello.
Fix se quedó aún más intrigado.
El Tankadére era una goleta de veinte toneladas que parecía un yate de carreras.
La tripulación la formaban el patrón y cuatro hombres.
Trabajaron duro y, a las tres de la tarde, ya lo tenían todo preparado para zarpar.
La bella Acuda miraba hacia el muelle: aún tenía la esperanza de ver llegar a Picaporte antes de que partiesen.
Pero de francés no había rastro por ninguna parte,
El patrón avisó muchas veces al señor Fogg de que el viaje hasta Shanghai con aquella embarcación era muy arriesgado, pero que intentaría llegar a puerto.
La primera jornada fue muy agradable.
Fix seguía sin entender por qué Fogg quería escapar de aquella manera tan extraña.
Si quería llegar a Estado Unidos para huir de la policía británica, ¿qué sentido tenía llegar dando la vuelta al planeta?
¿Por qué había seguido el camino más largo?
Aquella noche cruzaron el trópico de Cáncer.
A primera hora del día, el patrón, preocupado, avisó que se acercaba un tifón.
Tuvieron que sujetar las velas muy rápidamente y orientar el Tankadén en la dirección en que soplaba el viento, que, gracias a Dios era la que convenía para llegar a Shanghai.
A medida que el temporal se hacía más violento, más difícil resultaba permanecer en cubierta sin mojarse, y por la noche, la situación terriblemente.
Las gigantescas olas hacían tambalear el barco, por lo que el patrón, intranquilo,propuso buscar un puerto donde refugiarse.
Pero Fogg, decidido a continuar, exclamó.
-¡Yo solo conozco uno, es el de Shanghai!
El patrón se encogió de hombros e hizo lo posible para controlar la goleta.
Fue un milagro que la embarcación no zozobrase durante aquella larguísima noche en la que nadie pudo dormir.
Hacia el mediodía del día siguiente, la tempestad se calmó, pero aún quedaban seis horas de viaje.
A las siete de la tarde, el patrón vio peligrar la prima de doscientas libras, pues aún no habían llegado al puerto.
A lo lejos vieron una chimenea alta y negra, de la que salía una columna de humo.
Era la de un barco que acababa de zarpar de Shanghai rumbo a Yokohama y que se les escapaba.
-¿Tiene un cañón en la goleta patrón? -pregunto Fogg.
-¡Si tenemos un cañón pequeño para hacer señales en caso de peligro.
-Pues ahora se como si estuviésemos en peligro.
Dispare el cañón.
Si conseguimos alertar al barco para que nos recoja, tendrá las doscientas libras.
Por su parte, el Carnatic había salido de Hong Kong en el día y la hora previstos.
Dos camarotes de popa estaban desocupados.
El ocupante de un tercer camarote había llegado a gatas al barco a causa de su estado de embriaguez.
Se trataba de Picaporte, por supuesto.
Se había despertado en la taberna del opio.
Medio dormido, llegó al puerto y se embarcó en el Carnatic.
Unos marineros lo acomodaron en su camarote y lo dejaron durmiendo la mona.
Al día siguiente, ya en pleno océano, Picaporte buscó a su amo y a su acompañante.
El capitán le mostró la lista de pasajeros, y pudo comprobar que ninguno de los dos había embarcado el día anterior en el puerto Hong Kong.
Entonces recordó que se había olvidado de comunicar el adelanto de la hora partida a su amo y a la señora Acuda.
No tenía perdón de Dios.
Como tampoco lo tenía aquel policía inhumano que lo había tentado a beber y a fumar.
-¡Seguro que ahora mi amo y su acompañante han perdido la posibilidad de llegar a Japón!
¡El señor Fogg perderá la apuesta por mi culpa!
Picaporte se pasó toda la travesía comiendo: devoraba todos los platos que podía porque no tenía ni una moneda en los bolsillos.
Por eso quería llegar a Yokohama con el estómago lleno.
Finalmente llegaron el día 13.
Picaporte bajó del barco y se puso a caminar por la parte europea de la ciudad, llena de gente de todas las razas, y donde las casas eran, más o menos, como las de París.
Después caminó por la parte Japonesa que tenía avenida flanqueada por abetos y cerdos, pequeños oculto entre cañaverales de bambú y conventos budistas.
Por aquella zona también paseaban militares, hombres con cabelleras largas y listas y mujeres con chancletas de madera y el vestido tradicional, el quimono, una especie de bata de seda atada por detrás con un gran lazo.
También había peregrinos y gente que limosna.
Los campos de alrededor eran grandes arrozales con carces de bambú y cerezos.
Aquella noche, Picaporte no ceno nada, y a la hora de acostarse se refugió allí donde pudo.
Al día siguiente, muerto de hambre, decidió disfrazarse de pordiosero y pedir limosna por la calle.
Vendió su vestido occiderntal a un ropavejero para obtener unas monedas con las que comprar un poco de pollo y arroz.
Preocupado y desanimado, se vistió con cuatro trapos viejos y se dirigió al puerto en busca de un barco que lo llevase a Estado Unidos.
Pero antes de llegar vio a un hombre vestido de payaso que llevaba un gran cartel a la espalda.
Picaporte leyó lo que decía el cartel.
Compañía japonesa de acrobacias.
Últimas representaciones antes de marchar hacia Estado Unidos.
Gran atracción. ¡Los increíbles Napias!
¡Aquel era el trabajo que buscaba!
Sabría hacerlo y, además, ¡la compañía se iba a Estado Unido!
La idea de presentarse le pareció perfecta.
El director de la compañía lo recibió en la misma carpa donde actuaba.
Saltimbanquis, malabaristas, payasos, acróbatas, equilibristas…, todos ensayaban números antes de la función.
-¿Sabe cantar? -le pregunto.
-¡Claro que sí ! - respondió Picaporte
-¿Es usted francés?
-Si, señor de París.
-¿ Y sabrás usted cantar cabeza abajo mientras hace rodar una peonza en la planta del pie?
-¡Lo he hecho toda mi vida!
El director de circo se convenció de que Picaporte sería un buen elemento para trabajar con ellos y enseguida lo incorporó el grupo de los Napias la gran atracción del espectáculo.
Los Napias eran un conjunto de acróbata vestidos a la antigua que llevaban un par de alas en la espalda y una larguísima caña de bambú en la cara, como si fuera una inmensa nariz de Pinocho.
Hacía equilibrios sobre esta caña, y el número final era la pirámide humana de Napias en la que unos cincuenta artistas se mantenían derechos, un equilibrio unos sobre otros, hasta que tocaban el techo de la carpa.
¡Y se apoyaban, sólo sobre una nariz de mentirijillas!
A la hora de la función, Picaporte salió al escenario con el primer grupo Napias.
Se tumbó en el suelo, boca arriba, alineado con sus compañeros, y espero la llegada del segundo grupo de acróbatas.
Cuando estos llegaron, se pusieron de pie sobre las grandes narices de caña; después llegó una tercera sección, y luego una cuarta para completar la pirámide.
Mientras resonaban los aplausos del público y los últimos Napias ya tocaban el techo de la carpa, la pirámide se tambaleó, y finalmente se derrumbó delante de un público sorprendido y decepcionado.
Todo esto ocurrió porque uno de los Napias abandonó su lugar y salió corriendo escalera arriba por las gradas que ocupaban los espectadores.
Este acróbata, ¡como no!, era Picaporte, que abandonó a sus compañeros Napias cuando descubrió entre público a su amo y la señora Acuda.
Los tres tuvieron que correr como un rayo para salir de allí, perseguidos por el director, que rojo de rabia, no se calmó ni con el fajo de billetes que Fogg le lanzó mientras huía con sus compañeros de viaje.
Casi extenuados, llegaron justo en el momento en que el barco se disponía a zarpar de Yokohama.
Picaporte muy cansado y sudado, aún llevaba aquella larguísima nariz de caña y las dos alas en la espalda.
El francés estaba muy confuso.
El señor Fogg y Acuda le explicaron que, cuando llegaron a Yokohama en el barco americano, había viajado en el Carnatic.
Supusieron que era él y que se encontraba en la ciudad.
Te hemos buscado por todas partes sin éxito.
Y ya ves, por casualidad, entramos en el circo de los acróbatas y te encontramos
- le explico Phileas Fogg.
Picaporte les pidió mil y una disculpas.
Se había emborrachado como inconsciente y no tenía disculpa ninguna
Por su culpa, todo el viaje pudo haberse ido a pique.
Se quedó pasmado cuando la señora Acuda comentó que había viajado en una goleta, acompañado por un señor llamado Fix.
¡Es él! ¡El traidor!
¡Ha tenido la cara dura de viajar con mi amo sin decirle que en realidad lo estaba persiguiendo!
¿Como se puede caer tan bajo?, pensó Picaporte, pero no dijo nada a sus acompañantes.
Periferia que el señor Fogg llegase a Londres sin la preocupación de saber que lo perseguía la policía.
Rumbo a América
La travesía del Pacifico fue agradable y sin incidentes.
Nueve días después de dejar Yokohama, Fogg había recorrido la mitad del globo terráqueo, y de los ochenta días iniciales sólo le quedaban veintiocho para ganar la apuesta.
Era el 23 de noviembre, y el reloj de Picaporte volvía a marchar la hora exacta.
No, la había cambiado y, por tanto, aún llevaba la hora de Londres.
Durante el viaje, había el reloj con la hora equivocada pero el 23 de noviembre, la hora de su reloj coincidía con la que marchaba los relojes del barco.
Pero lo que Picaporte ignoraba era que si el reloj hubiese tenido 24 números y no 12, llevaría doce horas de diferencia con respecto a la hora inicial.
Y mientras tanto… ¿Qué había pasado con Fix?
La orden de arresto había llegado a Yokohama, pero la ciudad no pertenecía a Inglaterra y, por tanto, allí no tenía ningún valor.
Ahora Fix necesitaba una orden de extradición que solicitase a Japón, desde inglaterra, el arresto y la entrega del señor Fogg.
Fix se desesperó, pero no quiso dejar que su enemigo se escapase.
Por eso subió al barco.
Algunos días más tarde, Picaporte lo descubrió y se lanzó sobre él.
Preso de un ataque de rabia, le dio una paliza
Fix, tirado sobre la cubierta del barco y ante las mirada de los otros viajeros, sólo tuvo fuerzas para incorporarse y suplicar al francés que no le pegase más.
-Quiero hablar con usted.
Como amigos.
-¡Como amigos traidor!.
-Es en interés de su amo…
-¡Farsante! ¡Mientras! - lo insultó Picaporte, loco de rabia.
-Escucho, Picaporte me interesa que su amo llegue lo antes posible a Londres.
Esto es lo que le quería decir.
Me dispongo a jugar al mismo juego que usted.
¡conseguir que Phileas Fogg llegue a Londres en ochenta días!
-¿Y eso, por qué?
-Para poder detenerlo en nuestro país.
En el extranjero necesito una orden de extradición.
¡Por eso me interesa que gane la apuesta!
De esta manera, con las cosas claras y un interés común, el día 3 de diciembre.
Fix, Picaporte y los demás viajeros llegaron al puerto de San Francisco.
Phileas Fogg no había perdido ni un solo día.
El tren hacia Nueva York salía a las seis de la tarde y, por tanto, disponían de una jornada completa para visitar la ciudad californiana.
Picaporte se encargó de las compras.
Mientras tanto, el señor Fogg y la bella Acuda fueron a visar los pasaportes dejaron las maletas en el international Hotel y pasearon por la calle de la ciudad.
Había espléndidos almacenes, llenos de gente de muchas nacionalidades.
Las calles eran un avispero de coches, tranvías y ómnibus.
Mientras caminaban, Fogg y Acuda se encontraron con Fix, que aparentó una gran sorpresa
-¡Qué casualidad no haber coincidido a bordo del barco!, señor Fogg.
Decidieron recorrer la ciudad juntos y, después, viajar hacia Europa en mutua compañía.
En una calle encontraron una muchedumbres que agitaba banderolas y gritaba con los puños alzados.
Enseguida descubrieron que se trataba de dos grupos que se manifestaban por motivos diferentes
Es un mitin -dijo Fix-.
Tal vez hay elecciones para un nuevo representante al Congreso o para un nuevo gobernador.
-¡Hurra por Kamerfierld! -gritaban unos.
-¡Hurra por Marndiboy! -gritaban los otros
Phileas Fogg y sus acompañantes se encontraban justo en medio de los dos bandos cuando los gritos subieron de tono y los palos de las banderas se convirtieron en armas.
Parecía que aquello acabaría en una batalla monumental.
-Lo más curioso del caso era que se peleaban por la elección de un juez de paz!
Fogg se preparó para proteger a Acuda.
Pero ya habían empezado los puñetazos, y Fix recibió un golpe muy fuerte que iba dirigido contra Fogg.
El agresor se enfrentó a él, mientra el inspector vacía en tierra con la americana destrozada.
-¡Yanqui! -lo insulto Phileas Fogg.
-¡Inglés! -contestó él otros con tono despectivo.
Era un hombre con una barba pelirroja y ancho de espalda que lo miraba desafiandolo.
Phileas Fogg no quiso pelear con él para no abandonar a la pobre Acuda, y lo restó a hacerlo cuando volvieran a encontrarse.
-Mi hombre es Phileas Fogg. No se olvidó usted.
-Yo soy el coronel Stamp W. Proctor. No volveremos a ver
A continuación fueron a una sastrería y compraron una americana nueva para Fix porque la suya había quedado destrozada en la pelea.
Después volvieron al hotel.
Allí le explicaron su aventura a Picaporte.
El criado había comprado media docena de revólveres para defenderse en caso de que atacasen el tren que recorría todos los Estado Unidos
Ese tren iba desde San Francisco hasta Ogden continuaba después hasta Omaba.
Desde Omaba salían diferentes líneas que comunicaban esta con Nueva York.
El trayecto entre las dos capitales más alejadas, San Francisco y Nueva York se podía hacer en siete días.
Phileas Fogg tenía previsto llegar el día 11 y coger un barco en dirección a Liverpool, Inglaterra
Los vagones no tenían compartimentos, sino dos filas de asientos, y estaban unidos entre sí por pasarelas.
También había un vagón cafetería y un vagón restaurante. .
Fix y Picaporte se sentaban juntos pero no se hablaban.
Al anochecer, un camarero entró en el vagón desplegó los asientos y los convirtió en cama que cubrió con sábanas blancas y almohadas.
Al día siguiente, a las nueve de la mañana, sentado otra vez, contemplaron a través a la ventanilla las montañas de Nevada y Reno.
Sufrieron un ligero retraso por culpa de un rebaño de bisontes, que los americanos erróneamente, llamar, búfalos.
Se movían en grupos de diez mil, y cruzaban la vía sin que nadie pudiera hacer nada por impedirlo.
No había más remedio que echarle paciencia, y los viajeros se dedicaron a contemplar el espectáculo de aquel enorme rebaño.
-¡Qué país! -se quejaba Picaporte-.¡Un simple rebaño de bueyos es capaz de detener un tren!
A las nueve y media de la noche llegaron a la región del Gran Lago Salado, en Utah, la zona de los mormones.
A la mañana del día siguiente, Picaporte conoció a un personaje muy curioso que pegaba unas hojas de papel en las paredes.
Las hojas anunciaban una conferencia que el mismo, el misionero mormón William Hitch, daría en el vagón 117.
El aspecto de aquel hombre, muy alto y con bigote negro, impresionó el francés, que decidió asistir a la conferncia que daba.
Había alrededor de veinte personas.
Empezó a hablar de la historia de los mormones, desde los tiempos de la Biblia hasta la actualidad.
Dijo que el Gobierno de Estado Unidos iba contra los mormones radicales y sus leyes, y que había encarcelado al jefe de la religión mormona.
Lo acusaba de rebelión y poligamia.
Picaporte se quedó muy sorprendido.
Él siempre había sido sólo soltero, y no se imaginaba casado, ¡y menos aún casado con más de una mujer!
Hitch siguió hablando de la historia de los mormones.
Uno de ellos incluso se había presentado, en 1843, como candidato a la procedencia de los Estado Unidos.
Los asistentes a la conferencia empezaron a abandonar el vagón.
Finalmente, solo quedó Picaporte.
El hombre debió de pensar que lo había convencido.
-Así pues, hijo mío. ¿quieres ser uno de los nuestros?
-le preguntó esperanzado al final del discurso.
-No -contestó el francés. Y se fue
Desde el tren, Fogg y Acuda contemplaban el Gran Lago Salado.
Este lago, con más de 70 millas de longitud, es tan salado que los peces vivir en él.
En torno al lago se extendían inmensos y dorados campos de trigo.
El tren se detuvo en Ogden, la ciudad de los santos donde vivían los únicos mormones que quedaban.
Tuvieron tiempo de dar un paseo por ella y de fijarse en las mujeres mormonas, que tan intrigado tenían a Picaporte.
Cuando el tren volvía a arrancar, un hombre llegó corriendo a la estación.
-¡Pare!, ¡pare!-, le gritaba al maquinista como un desesperado.
Subió como pudo y cayó, jadeando, sobre la pasarela del último vagón.
Picaporte fue a hablar con él y se enteró de que huía de su mujer.
-¿Cuando mujeres tiene usted? -le preguntó el francés.
-¡Solo una! -contestó el hombre, mientras respiraba con dificultad tras la carrera.
El tren de los indios
El 7 de diciembre, el tren se detuvo en Green River dando la noche anterior había caído una gran nevada.
Acuda mirada por la ventanilla y vio que subía al tren el coronel Proctor, el americano al que Fogg había desafiado en el mitin de San Francisco.
Muy preocupada enseguida fue a decírselo al inspector Fix y a Picaporte, que dijo:
-¡Tenemos que conseguir que el señor Fogg no lo vea!
Lo entretendremos en el vagón para que no salga.
¡Tendremos que organizar una larga partida de cartas!
Una pelea con el vanqui modificaría todos los planes.
Por eso Picaporte no paró hasta encontró un juego de cartas
Entonces empezó una partida que mantuvo entretenido a Fogg un buen rato.
Después de cenar, el tren se detuvo de golpe.
El francés salió para ver qué pasaba.
Todos los viajeros, entre ellos el coronel. Proctor, pedían explicaciones al maquinista.
-Tenemos un problema irresoluble: hay un puente maltrecho y no podemos utilizarlo.
Está a punto de derrumbarse.
-¿Y que podemos hacer entonces? --se quejaba el coronel Proctor.
-Tendremos que cruzarlo a pie y esperar un tren que viene de Omaba; tardará unas seis horas en llegar.
-¿Seis horas? ¿Y caminar doce millas sobre la nieve?
-No hay otra solución -dijo el maquinista.
Picaporte tomó conciencia de que, en este caso, el dinero de Fogg no podría solucionar el problema.
Pero, de pronto el maquinista hizo una propuesta:
-Hay una posibilidad pasar por el puente sin bajar del tren -dijo.
-¿Y cómo se hace eso? -preguntaron los viajeros, que estaban muy enfadados.
-Lanzando el tren a toda velocidad.
¡Me pareces que el puente aguantará si vamos a toda máquina!
¡Esta es la mentalidad americana!, pensó Picaporte.
Entonces se puso a pensar y encontró otra solución, que los viajeros cruzasen el puente a pie y tren,
sin pasajeros, lo hiciese a toda velocidad como proponía el maquinista.
Si la cosa salía mal, al menos resultaría herido.
Pero los americanos no estuvieron de acuerdo.
Y, dicho y hecho, todos subieron a los vagones y el maquinista dio marcha atrás, como lo hace
un atleta para tomar impulso antes de dar un salto.
A continuación, después de un fuerte pitido, el tren aceleró.
Entonces, a gran velocidad, se precipitó como un rayo el puente.
¡Y consiguió cruzarlo!
El puente no tuvo tanta suerte.
En cuanto hubo pasado el tren, se hundió sobre el río con un gran estrépito.
Aquella misma tarde llegaron al estado de Colorado, una zona rica en minas de oro y de planta
Les quedaban aún cuatro días y cuatro noches para llegar a Nueva York y coger el barco hacia
Liverpool.
En la mañana del días siguiente, mientras Fogg y sus compañeros jugaban otra partida de cartas,
escucharon una voz conocida, la del colonel.
-Me parece que no juega buenas cartas apreciado señor, Fogg.
Tal vez no sepa jugar -le espetó el coronel.
-Tal vez soy mejor en otro juego -contesto Phileas Fogg, con actitud desafiante.
-Bueno, podemos comprobarlo -aceptó el coronel.
-Señor, olvida usted que es conmigo con quien ha de trata -intervino Fix-.
Fui yo quien recibió el puñetazo.
-No apreciado Fix interrumpió Fogg-.
El coronel me ha hecho una nueva ofensa, y ya es la segunda.
El problema es que tengo prisa por llegar a Europa.
¿Le parece bien que nos enfrentemos dentro de seis meses?
-¡Seis meses! -se río el coronel-.
¿Y por qué no seis años?
¿Es el miedo el que le hace hablar así?
¡O ahora o nunca! ¿Conoce usted Plurn Creek?
El tren se detendrá allí diez minutos.
Un rato más que suficiente para cruzarnos unos cuantos disparos de revólver.
Al oír esa palabras, Acuda empalideció Picaporte y Fix también se desanimaron muchísimo.
-De acuerdo, nos veremos en la estación de Plurn Creek -dijo Fogg imperturbable.
No consiguieron que Phileas Fogg cambiase de opinión y, a las once, llegaron a Plum Creek.
Picaporte acompañó a su amo a la puerta del vagón, donde coincidieron con el vanqui ayudante.
Pero enseguida llegó el revisor para informar de que, por motivos de horarios, el tren no se pararía
en dicha estación.
-Vamos con retraso, señores -les anunció.
-¡Pero es que este señor y yo tenemos que batirnos!
Se trata de una cuestión de honor -le explicó el coronel.
-Entonces, ¿por qué no buscan otro lugar?
¿Y sí se baten en el último vagón? -propuso el revisor.
¡Estos americanos son una especie extraña!, se dijo Picaporte cuando oyó esa propuesta.
Pero así se hizo. El revisor pidió a las personas que se sentaban en el vagón que saliesen de allí.
-Es una cuestión de honor entre estos dos señores -les explicó-. Enseguida acabará, y ustedes podrán volver a sus asientos.
Los duelistas se situaron en cada extremo del vagón.
Al primer pitido de la locomotora, ya estaban preparados para disparar sus armas.
Pero, de repente, algo los distrajo.
Eran disparos y gritos que se oían por todas partes.
Los dos hombres se acercaron a las ventanillas y vieron que un grupo muy numeroso de indios saltaban de su caballos al golpe y entraban en los vagones del tren para asaltarlo.
Tenía fusiles y lanzaban los equipajes de los viajeros por las ventanillas para llegarselos.
En aquellos momentos de sobresalto, nadie se acordaba ya del duelo.
Tanto el coronel Proctor como Phileas Fogg y los demás pasajeros empezaron a disparar sus revólveres
y a echar a empujones a los indios fuera del tren.
El revisor cayó abatido por una bala, pero aún le quedó tiempo para decirle al señor Fogg que estaban
a punto de llegar a un fuerte, en el que habían detener el tren para no pasar de lago.
Si no lo conseguían, los indios se apoderarian de la máquina y los matarían a todos.
Picaporte, que lo había oído todo, reaccionó de inmediato.
Con su flexibilidad y su agilidad de acróbata, se escurrió bajo el vagón, con el tren en marcha.
Pasó deslizándose de un vagón a otro, cogiéndose a las cadenas que los unían, hasta que llegó a la locomotora.
Una vez allí, desenganchó la máquina que escapó a toda velocidad mientras los vagones se detenían cerca del fuerte.
Los soldados, al oír los tiros y los gritos salieron de inmediato e hicieron huir a los indios.
Pero esto se llevaron a tres pasajeros como rehenes, y uno de ellos era valiente Picaporte.
Acuda y Phileas Fogg estaban sanos y salvos.
A Fix le habían disparado en el brazo.
Los demás pasajeros, que no estaban heridos de gravedad, esperaban en la estación.
Pero… ¿Qué había pasado con los rehenes?
¿Los habían matado?, se preguntaba Fogg.
Muy inquieto, fue a pedir ayuda a los soldados para intentar rescatar a los desaparecidos, pero no lo
consiguió.
-Eso es imposible señor -le dijo el capitán.
Los indios ya deben de estar muy lejos de aquí y conoces muy bien estos bosques.
Nunca los encontraríamos, y menos con el mal tiempo que hace.
-Entonces, déjenme un cabello y yo mismo iré a rescatarlos -dijo Phileas Fogg.
El oficial del fuerte quedó muy impresionado por el valor de aquel ciudadano inglés y accedió a enviar
treinta hombres para que acompañasen a Fogg en busca de los secuestrados-
Acuda, Phileas Fogg les prometió una importante cantidad de dinero si conseguían liberarlos.
Acuda se quedó en el estación dispuesta a esperarlo.
Fix se quedó con ella para protegerla.
Cuando Fogg partió, el inspector se preguntó si no se trataba de una jugada para escaparse.
Puede que el criado le haya explicado quién soy y que quiero, y ahora han aprovechado para huir
los dos, pensò.
Pero algo le hizo quedarse.
A las dos de la tarde, Fix y Acuda vieron llegar la locomotora que Picaporte había desenganchado de
los vagones y que volvía para recoger a los heridos.
El maquinista y el fogonero, que no estaban heridos, habían decidido dar marcha atrás para recuperar
los vagones.
Pero ni Acuda ni el inspector Fix querían seguir la ruta sin sus compañeros.
Cada uno de ellos, naturalmente, por motivos diferentes.
La bella Acuda y Fix pasaron toda la noche solos en la estación y sin noticias de nadie.
Permanecían en silencio, cansados, preocupados y pendientes de la llegada de los otros.
A las siete de la mañana oyeron unos tiros.
Los soldados llegaban con Fogg y su criado al fuerte.
Había conseguido liberar a los prisioneros y regresaban sanos y salvos a la estación.
Picaporte vio como su amo pagaba la prima a los soldados que lo habían acompañado y una vez más
pensó que a Fogg le salía muy caro tenerle a él como criado.
-¡No pasará ningún tren hasta el anochecer -se lamentó la señora Acuda después de recibir a los héroes con abrazos.
-Así pues la apuesta peligra -dijo Phileas Fogg.
-Tenía doce horas de ventaja, señor Fogg. -dijo Fix-, pero perderá unas cuantas si no puede coger
el barco en Nueva York.
Disponemos, pues, de ocho horas de margen.
Tal vez yo tenga la solución.
-¿Qué quiere decir usted, señor Fix?
-Un hombre me ha propuesto una forma de ir a Omaha.
Por esta ciudad pasan muchos trenes.
-¿Y cuál es la propuesta?
-¡Llevarnos es un trineo con velas, como si fuera un barco sobre la nieve!
Todos ellos acompañaron a Fix para ver aquella extraña máquina con la que el americano les proponia
cruzar los campos de nieve.
Se trataba de un trineo con dos largos mástiles y capacidad para cinco o seis personas.
La distancia hasta Omaha era de doscientas millas y se podía hacer en cinco horas.
Fogg pensó que valía la pena intentarlo y, a las ocho, los pasajeros estaban en el trineo envueltos en
mantas y acurrucados unos contra otros.
La velocidad que cogía aquel invento, provisto de una vela y de un timón para dirigirlo, era
impresionante.
Había tanto frío, que no podían ni hablar.
El camino estaba libre de obstáculos y cubierto por una espesa capa de nieve helada.
¡Picaporte casi estaba agradecido a su enemigo Fix por haber conseguido aquel trineo!
El francés sostenía un revólver en las manos por si había que disparar contra los lobos que de vez en
cuando corrían tras ellos.
Llegaron a la hora prevista a la estación de Omaha en el estado de Nebraska.
Phileas Fogg pagó un extra al dueño del trineo, y enseguida cogieron un tren con destino a Chicago.
Por la noche cruzaron el río Mississippi y a continuación el estado de Illinois.
Por la tarde llegaron a la estación de Chicago de subieron a un tren que se dirigía a
Nueva York y atravesaba los estados de Indiana, Ohio, Pennsilvania y Nueva Jersey.
La estación de Nueva York estaba al lado mismo de la orilla del Hudson, desde partían
los barcos hacia Europa.
Pero, una vez más parecía que sus esfuerzos habían sido inútiles: el China, el barco de vapor que
debían coger, había zarpado hacía cuarenta y cinco minutos.
Phileas Fogg, capitán de barco
No salía ningún otro barco hasta días más tarde y no iba a Liverpool, sino a Le Havre, en Francia.
Los aventureros estaban muy desanimados y cansados por lo que buscaron un hotel para dormir unas horas.
Phileas Fogg fue el único que no pudo descansar, y al día siguiente, muy temprano, se levantó y dirigió al muelle para intentar encontrar una solución a su situación desesperada.
¡Ahora que la aventura llegaba a su fin, podía perder la apuesta si no encontraba un burco que los llevase a Londres!
Después de preguntar a mucha gente y de dar vueltas por el puerto, vio una embarcación de mercancías con hélice que se disponía a levantar el ancla.
El Hanrieta, que así se llamaba el barco, tenía el casco de hierro y la parte alta de madera.
-Me gustaría hablar con el capitán -anunció Phileas Fogg a un hombre de unos cincuenta años que estaba de pie sobre la cubierta.
-Yo soy el capitán Speedy.
-¿Se dispone a zarpar, capitán?
-De aquí a una hora.
-¿Lleva mercancías?
-No, señor. Ni mercancías ni pasajeros.
¡Navego ligero como una pluma!
-¿Nos podría llevar a mí y a tres personas más hasta Liverpool?
-No puede ser, señor. Me dirijo a Burdeos.
-¿Y si lo hago una buena oferta económica?
-Escucharé la oferta y, si es bastante buena, la aceptaré.
¡Pero los llevaré a Burdeos, no a Liverpool!
-¿Y si le compro el barco con toda la tripulación?
-No, señor ¡Ni hablar!
Pero el capitán no se pudo negar a la oferta de Fogg.
¡2.000 dólares por persona!
¡En total, 8.000 dólares por llevarlo a Burdeos!
A las nueve en punto embarcaban los cuatro viajeros.
Cuando Fix supo cuánto costaría la travesía, se echó las manos a la cabeza, cada vez que Fogg hacía un gasto tan exagerado, él pensaba en el dinero del robo que se perdía y ya no se recuperaría nunca.
¡Pobre banco de inglaterra!
Al día siguiente, 13 de diciembre, un hombre subió al puente del barco.
No era el capitán Speedy, sino Phileas Fogg.
El capitán bramaba como un loco.
Estaba encerrado en su camarote y no podía salir de él.
Resulta que el señor Fogg, incapaz de convencerlo para que los llevase a Liverpool, había cerrado un trato con el resto tripulación.
Los marineros del Henrierta, que no le tenían mucha simpatía al capitán, habían aceptado una generosa prima del señor Fogg y se habían comprometido a llevarlos a Liverpool.
Por eso resultó necesario encerrar al capitán Speedy que debía de estar muerto de rabia.
Los primeros días de la navegación fueron excelentes Phileas Fogg hacía de capitán, y lo hacía tan bien que todos creían que había sido marinero.
Picaporte se ganó la simpatía de la tripulación, ayudaba en los trabajos, les hacía acrobacia y preparaba deliciosas bebidas para los marineros.
Por su parte,Fix aún dolada de Fogg y se preguntaba si el hecho de secuestrar al capitán Speedy no sería excusa para robar el barco y huir a algún lugar perdido del planeta en el que ocultarse de la justicia.
Aquella noche, el tiempo se complicó.
Una ola cada vez más alta hacía que la nave se tambalease.
Pero el experto capitán Phileas Fogg consiguió mantener el limón y aguantar el temporal hasta el día 16.
La tempestad ya había amainado y el mar estaba en calma.
Pero entonces el fogonero avisó de que se agotaba el combustible.
Les hacía falta más carbón sí querían llegar a Liverpool.
Dos días más tarde. el 18 diciembre, ya no quedaba ni pizca de combustible para quemar y entonces el señor Fogg liberó al capitán Speedy para anunciarle que quería comprarle el barco.
-¡Maldito pirata! -gritaba el lobo de mar fuera de sí-, ¿con qué historia disparatada me sale ahora?
-Es que necesitará quemarlo señor.
Nos quedamos sin carbón y no tengo más remedio que quemar todo el maderamen del Henrieta.
-¿Quemar mi barco?
¿Cómo os atrevéis ni a pensarlo?
-Por eso se lo quiero comprar antes.
Le ofrezco 6.000 libras.
-¿Y qué quedará de mi barco? -preguntó aterrado el capitán.
-Solo el casco de hierro, señor.
El inspector Fix estuvo a punto de desmayarse cuando oyó que el viejo Speedy aceptaba la venda del Henrietia.
Este hombre se lo gastará todo antes de llegar a donde quiero llegar,se dijo pensado aún en el dinero robado al Banco de Inglaterra.
Lo quemaron todo los mástiles, los camarotes, la cubierta inferior...
El 19 de diciembre por la tarde, cuando ya veían las luces de la ciudad de Queenstown, el barco se había convertido en una ruina deshecha a golpe de hacha.
Parecía como si lo hubiera devastado algún temporal.
Pero Phileas Fogg sólo sabía que quedaban menos de 48 horas para llegar a Londres.
Pero también era consciente de que, con aquel armatoste, difícilmente llegaría a Liverpool.
Entonces tuvo una idea: desembarcar en Queenstown, coger un expreso hasta Dublín y desde allí, un barco rápido hasta Liverpool.
El día 21 de diciembre, cuando faltaban cinco minutos para las doce, Fogg pisaba el muelle de Liverpool.
Y entonces, inesperadamente, el señor Fix le puso una mano en el hombro y le dijo:
-Señor Fogg en nombre de la Reina, ¡os arresto!
Y le mostró la orden de arresto sellada por la policía de Inglaterra.
El arresto de Phileas Fogg
Arrestado contro un ladrón Phileas Fogg permaneció retenido en la aduana de Liverpool a la espera de que la policía ordenase su traslado a la prisión de Londres.
Picaporte quise romperle la cara al inspector Fix cuando vio que detenía a su amo, y Acuda protestó, sin acabar de creerse, lo que le estaba pasando a su héroe salvador.
Fix sostenía que la justicia debería decidir sí aquel hombre era culpable o inocente, e insistía en que él sólo hacía su trabajo.
Y Phileas Fogg sólo e incomunicado en una sala cerrada a cal y canto, sabía que además arruinado,
Se había mucho dinero en el viaje y lo que le quedaba lo perdería en la apuesta.
¿Le quedaba aún alguna esperanza de salir del apuro?
El tiempo pasaba rápido y, por lo que se veía, jugaba en su contra.
Estuvo encerrada hasta la dos y media de la tarde.
Entonces, el inspector Fix, avergonzado y sin saber qué cara poner, le abrió la puerta de la celda.
-¡Oh, señor! No sabe cuando le siento.
Tendrá que perdonarme, si puede….
Hace tres días que detuvieron al ladrón…
Y usted…, usted, aquí...
¡Cuando lo siento, señor!
Phileas Fogg se limitó a soltarle un puñetazo.
Picaporte y la señora Acuda le estaban esperando dentro de un coche de caballo que casi voló y lo llevó a la estación de Liverpool.
El tren rápido de Londres había partido hacía treinta y cinco minutos.
¡Todo les salía al revés!
Phileas Fogg no se ruido.
Le quedaban sólo seis horas para ganar la apuesta y estaba dispuesto a todo.
Encargó un tren únicamente para él. y le prometió una generosa prima al maquinista.
Había que recorrer el trayecto en sólo cinco horas y media.
Cuando el señor Fogg completamente agotado, puso los pies en el estación de Londres, faltaban diez minutos para las nueve de la tarde y, por lo tanto, había perdido la apuesta.
Al día siguiente. en su casa, arruinado y triste Phileas Fogg se limitaba a dejar pasar las horas.
Por culpa de aquel mal policía, había fracasado en el intento de demostrar lo que él sabía que era posible.
Pero un hombre escrupuloso y meticuloso como él no aceptaba excusas, había llegado cinco minutos tarde y, por tanto, había perdido.
Estaba tan decepcionado que ni siquiera se acercó al Reform Club para anunciar su llegada.
Por su parte, el pobre Picaporte tenía muchos remordimientos.
¡Si le hubiese dicho a su amo que aquel individuo era un inspector de policía que lo perseguía pensando que era un ladrón…!
¡Pero no le había dicho nada!
La primera cosa que hizo cuando llegó a casa fue apagar la luz que se había dejado encendida; había que enviar gastos ahora que la situación de su amo y, por tanto, también la suya, había cambiado por completo.
La señora Acuda no se movía de la habitación que le había asignado.
Sólo de vez en cuando hablaba con Picaporte para ver si podían hacer algo para animar a aquel gentleman audaz y aventurero.
Aquel domingo, la casa estaba tan triste y silenciosa que parecía habitada por fantasmas.
A las siete y media de la tarde el señor Fogg llamó a Acuda para hablar con ella.
-Señora, ¿me perdonará por haberla traído a Londres?
Quería ofrecerle una cómoda posición, y me temo que estoy completamente arruinado.
Tal vez le hubiera valido más quedarse en la India… -se lamentó.
-No quiero oírle decir disparates, señor Fogg.
Lo ha hecho todo por mí, y soy yo quien le debe mucho.
-Estoy solo, amiga mía.
No tengo amigos, ni padres que me puedan ayudar en mi desesperada situación…
-Me tiene a mí -dijo Acuda con ternura-.
¿Quiere que sea su esposa?
Phileas Fogg, muy emocionado, se incorporó al oír estas palabras y se acercó a la joven para cogerle las manos.
-¡La quiero, bella Acuda!
La quiero de verdad y soy todo suyo…
Cuando Picaporte entró en la habitación, adivinó lo que había pasado entre los dos enamorados con sólo mirarles a los ojos.
-Picaporte, quiero que vaya ahora mismo a preguntarle al reverendo Wilson si no puede casar mañana.
¡Venga, corre! -le ordenó Phileas Fogg.
Esta las ocho y cinco de la tarde
¿Y con qué se encontró Picaporte mientras corría a cumplir el encargo de su amo?
La sociedad londinense estaba exaltada desde hacía días.
Y lo estaba más aún desde que se supo que había detenido al ladrón del Banco de Inglaterra.
El señor Phileas Fogg había dejado de ser un sospechoso para convertirse en un ídolo.
Las apuestas por sí conseguiría dar la vuelta al mundo en 80 días habían subido muchísimo.
La gente se jugaba el dinero, todos quiera tener noticias del viaje y de si había posibilidades de que el 21 de diciembre Phileas Fogg se presentase puntual, sano y salvo, en el Reform Club de la ciudad.
¡Y había llegado el día!
Un multitud de curiosos esperaba en las calles y en las avenidas próximas al distinguido club para ver llegar al héroe, si es que llegaba a la hora prevista, las ocho y cuarenta y cinco minutos.
Incluso la policía había tenido que formar un cordón humano para proteger de los empujones a los ciudadanos curiosos.
Los miembros del Reform Club que habían hecho la apuesta con Phileas Fogg estaban reunidos el local desde la mañana temprano,hablando sobre las posibilidades de éxito de su compañero.
-El último tren de Liverpool ha llegado a las siete y veintitrés minutos -informó el administrador del Banco de Inglaterra-, y el señor Fogg no ha bajado ningún vagón.
Está claro que no viajaba en el tren.
-Y ayer llegó el barco China, que venía de Nueva York. y el señor Fogg tampoco viajó en este barco -intervino un ingeniero del club-.
Ya está todo dicho ¡el señor Fogg ha perdido la apuesta!
El reloj del salón marchaba las ocho y cuarenta minutos.
-Solo faltan cinco minutos para que se cumpla el plazo acordado -comentó, ansioso, el banquero.
Los corazones de los reunidos se habían acelerado, y hacía rato que esto había interrumpido la partida de cartas con la que se entretenían mientras esperaban aquel momento tan importante.
Las ocho y cuarenta y tres.
Entonces se oyó un gran alboroto.
Venía de fuera, de la gente que llenaba las calles y que no paraba de gritar
Las ocho y cuarenta y cuatro.
El barullo, los gritos, los aplausos se hacían más fuertes a cada segundo, y a las ocho cuarenta y cinco en punto la puerta del salón se abrió de par en par y apareció el señor Phileas Fogg diciendo.
-¡Aquí me tienen, señores! ¡Puntual a mi cita!
¿Qué había pasado?
La explicación es muy sencilla.
Cuando Picaporte fue a entrevistarse con el reverendo Wilason, se dio cuenta, impresionado, de un error de cálculo que podía salvar a su amo.
Dejó al capellán con la palabra en la boca y corrió como un loco hacía la casa de Fogg.
-¡Señor! ¡señor Fogg! -gritaba e intentaba hablar con dificultad-.
Mañana… No se pueden casar….
¡El reverendo no casa en domingo!
-Pero mañana es lunes.
-¡No! ¡No! -Picaporte se esforzaba por aclarar lo que había descubierto-.
¡Hoy no es domingo, señor!
Hoy…. hoy…. ¡es sábado!
¡Hemos llegado veinticuatro horas antes!
Y dicho esto, arrastró a su amo escaleras abajo, pararon un coche de caballo y, para no perder la costumbre, le prometieron al conductor una prima de 100 libras si llegaba a la hora al Reform Club.
Y así, a las ocho y cuarenta y cinco minutos en punto, Phileas Fogg entraba por la puerta del Reform Club y ganaba la apuesta.
Su error de cálculo tiene una explicación científica: los aventureros habían dado la vuelta al mundo siempre en dirección : Este, en busca del sol.
Habría sucedido al contrario si hubiesen dado la vuelta siempre hacia la izquierda, hacia el Oeste.
Para decirlo de otra manera, Fogg y sus amigos vieron salir el sol ochenta veces, y, en cambio, la gente que se había quedado en Londres solo lo había visto setenta y nueve.
El reloj que Picaporte no había cambiado de hora en todo el viaje les había ayudado a comprenderlo sí hubiese contado no solo las horas y los minutos, sino también los días.
De las 20.000 libras que Phileas Fogg ganó se había gastado 19.000 durante el viaje, y por eso, pese a ganar la apuesta, no consiguió, ni mucho menos, una gran fortuna.
-Pero bien mirado, ¡la ganancia es enorme!
Ha conocido a la mujer que quiero y con la que deseo compartir mi vida -dijo el enamorado Fogg.
-Ahora que lo pienso, señor -dijo de repente Picaporte, muy pensativo-, la vuelta al mundo se podría dar en 78 días.
-Probablemente sí. Sin pasar por la india, por ejemplo.
Pero si no hubiese pasado, ¡entonces no estaría así abrazando a mi amada!
Por supuesto que el señor Fogg tenía razón.
¡Solo por eso, ya valía la pena dar la vuelta al mundo!
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